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El Train Bleu, a la Riviera Francesa

Los primeros rayos de sol iluminaban los macizos de buganvillas que a ambos lados de la vía se desplegaban para dar los buenos días al Train Bleu a su paso por el viaducto de Toulon. La alta aristocracia de Londres y una buena parte de los parisinos de pro se encontraban en el lujoso vagón restaurante degustando unas exquisitas tostadas con huevos revueltos mientras hablaban de la última moda de París, las damas, y de la situación política de Europa tras la Primera Guerra Mundial, los caballeros. Corrían los años 20 y apenas dos horas después el mítico y famoso Train Bleu llegaría al fin a la estación de Ventimiglia, en la Riviera Francesa, tras atravesar Niza.

La Riviera Francesa se había convertido a finales del siglo XIX y principios del XX en el centro de reunión de una buena parte de las altas clases europeas. Tanto fue así que en esos años numerosos trenes recorrían Europa llevando a duques, reyes y aristócratas de un punto a otro siempre con la Riviera como destino final.

El Riviera Express, del año 1900, desde Amsterdam y Berlín; el San Petersburgo-Viena-Niza-Cannes Express, desde Rusia, o el Calais-Niza-Roma Express desde Inglaterra e Italia eran algunos de aquellos ejemplos. Eran los años de la train-society, nombre con el que se conocía a toda aquella sociedad que se dedicaba a viajar hasta la Riviera.

Las frías brumas de Londres invitaban a los ingleses a marcharse de la capital inglesa hacia destinos más cálidos. Casi desde mediados del siglo XIX, la aristocracia inglesa había adquirido aquella costumbre, que se vio reforzada cuando el Calais-Niza-Roma Express comenzó a funcionar allá por el año 1883 para unir Inglaterra a Italia. Y fue gracias al éxito que tuvo que, apenas seis años después, en 1889, terminó por desdoblarse en dos líneas: la Calais-Roma, que años más tarde pasó a llamarse el Roma Express, y la Calais-Mediterráneo Express, que acabaría por ser conocida con el apodo de Train Bleu o Tren Azul.

¡Quien sabe si fue el azul del cielo francés o el intenso azul de las aguas de la Riviera! el caso es que en el año 1922 los clásicos vagones de madera barnizada de la Calais-Mediterráneo se sustituyeron por unos más seguros vagones de acero pintados de azul y ribeteados en oro. Puro lujo, sin duda, y elegancia para recibir a la train society con el boato que se necesitaba.

Curiosamente, el nombre oficial de Train Bleu no le llegó hasta 1949, pero oficiosamente aquél ya era desde entonces, para todos, el «Bleu».

Los ingleses se desplazaban hasta Folkestone para, desde ahí, cruzar el Canal de la Mancha y tomar el Train Bleu en Calais. Desde allí, tres horas los separaban de París adonde se adentraba lentamente saboreando los últimos rayos de sol del día en el pequeño cinturón parisino.

En la estación de Lyon, en la capital francesa, comenzaba la parafernalia de una sociedad que vivía de la imagen y de las influencias de la alta sociedad. A las 19,30 h. en aquella mítica estación parisina, el Bleu sonaba su silbato y, quejosamente, las bielas empezaban a desplazarse para tirar de tan adinerados pasajeros. Fontainebleu, Borgoña, Marsella (donde amanecía), Niza y, finalmente, Ventimiglia, eran sus paradas más señeras.

Los años fueron pasando y con ellos las viejas costumbres y las diferencias sociales. La gran Guerra que pintó un panorama desolador en toda Europa actuó de freno, como más tarde lo haría la presencia de los aviones y el avance de los coches. Como pudo fue sobreviviendo aquel Train Bleu hasta que apareció la alta velocidad.

La búsqueda de la rentabilidad hizo que se adaptaran a clases menos pudientes. Los vagones de lujo se mezclaron con otros que lo eran menos y que ni siquiera se pintaban de azul; las habitaciones individuales se mezclaron con literas, desapareció el vagón restaurante que tantas historias había oido de boca de sus lujosos ocupantes durante años y años e incluso el coche-salón se cambió por uno rojo.

Aquel Train Bleu había sucumbido así al inexcusable avance de los tiempos.