Segundo día: recorriendo a pie Estrasburgo

Estrasburgo 1

El día se levantó pesado. Las densas nubes y las primeras gotas de lluvia parecían oscurecer el panorama de un día que yo esperaba con ganas. Mapa en mano, y bien abrigado para soportar el frío que azotaba Estrasburgo (4º pero son una sensación térmica bastante inferior) salí dispuesto a recorrer esta ciudad cuyo pasado ha estado íntimamente ligado tanto a la historia de Francia como de Alemania.

Su situación estratégica, en el centro de Europa, en la región de la Alsacia, cercana en los límites entre aquellos dos países, la hicieron apetecible para cuantas monarquías e imperios camparon los terrenos centroeuropeos en un enfrentamiento que se remonta a la época visigoda, cuando ya Clodoveo, en el año 496, incorporó la antigua Argentoratum (antiguo nombre romano de la ciudad) a Francia. Ya con el nombre de Strateburgum («la ciudad de las carreteras»), Luis el Germánico, nieto de Carlomagno, la incluyó mediante el «Juramento de Estrasburgo» a la Corona del Sacro Imperio Germánico, donde permaneció durante casi 800 años, cuando Luix XIV, mediante el tratado de Westfalia, devolvió a Francia la región de Alsacia. Esta ciudad, que incluso fue residencia de Napoleón Bonaparte y Josefina, no quedó tranquila, y tras ser asediada nuevamente en el año 1870, capituló y volvió al Imperio alemán.

Las dos grandes guerra harían cambiar los colores de su bandera nacional varias veces más. Tras la Primera Guerra Mundial, las tropas francesas volvieron a entrar en Estrasburgo recuperándola para Francia, pero el 18 de junio de 1940, de nuevo las tropas nazis de Hitler volvieron a ocuparla. Final y definitivamente, las tropas del general Lecrerc volvieron a recuperar la ciudad para el país galo.

Tan agitado pasado no se refleja en absoluto en su tranquilo ambiente. Sin embargo, sí que ha dejado rastros tanto en su arquitectura como en su cultura, en una ciudad que habla por igual el francés y el alemán y que cuenta además con una importante zona de la ciudad a la que se conoce como el «barrio alemán», con plazas y edificios claramente de estilo bávaro.

Pronto me dí cuenta de la inutilidad de llevar un mapa. Esta ciudad no se merece recorrerla con un plan preconcebido. Estrasburgo se merece pasearla relajadamente, sin rumbo, simplemente por el placer de verla e intentando descubrir rincones que el río Ill, en su curso por la ciudad, esconde.

La fisonomía de la ciudad está íntimamente ligada a este río. Su intenso caudal parece extenderse por sus terrenos buscando un lugar por donde desbocarse. El paseo, sobre todo por la zona conocida como la Petite France, desemboca en continuas represas con las que se intenta controlar los desbordamientos del río, en puentes de madera que lo cruzan y terrazas que parecen descolgarse sobre el Ill. Las calles empedradas serpentean entre casas que destacan por su marquetería amaderada y sus tejados de estilo alpino; aquí y allá se abren pequeños callejones que acaban en la margen fluvial mientras típicos restaurantes alsacianos intenta hacer el verano antes de temporada.

Estrasburgo 2

El recorrido debe, forzosamente, comenzar por ahí, por la Petite France: porque es la zona que aporta esa belleza internacional que a Estrasburgo le valió ser reconocida como el primer centro histórico Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Y para tener una primera panorámica nada mejor que hacerlo desde el mirador que hay sobre la presa del Ill justo frente al Ponts Couverts, donde el río se divide en dos dejando pequeñas islas en su intermedio.

Olvidaos del reloj y disfrutad sacando fotos, porque bien lo merece, y cuando vuestros sentidos estén ya plenamente impregnados de colores y belleza, dirigid vuestros pasos hacia la catedral.

Una sucesión de plazas y calles comerciales desembocan en la plaza de la catedral. Atrás quedan la plaza Gutemberg, dedicada al honor del insigne inventor de la imprenta, o la plaza Kléber, lugar de reunión de la juventud estrasburguesa. Atrás quedan calles que siglos atrás pertenecieran a los gremios, como la Rue du Maroquin, la calle de los Zapateros, o la Plaza del Mercado de los Lechones.

La plaza de la Catedral es abierta y divertida. Tan amplia que el viento que sopla allí suele ser más fuerte que en otras partes de la ciudad (aparte de frío) y divertida por cuanto en ella se congregan típicos locales donde probar la típica gastronomía alsaciana y las clásicas tiendas de recuerdos.

La entrada a la plaza es, sencillamente, abrumadora por la verticalidad de su torre principal. La flecha de la Catedral de Estrasburgo, de 142 metros, finalizada en el año 1439, la convirtieron durante más de cuatrocientos años, en la más alta de Europa, sólo superada en el siglo XIX por las catedrales de Ulm y de Colonia. Levantada sobre una antigua basílica románica, comenzó a construirse en el año 1.015 aunque esta primera construcción fue arrasada por un incendio y en el año 1176 hubo de reconstruirse desde sus cimientos. Aunque sus comienzos fueron románicos, finalmente, en el año 1225, diseñadores llegados desde Chartres, aplicaron en ella técnicas góticas que nos dejaron un edificio increíblemente espectacular.

En su interior, además, el inmenso reloj astronómico congrega, cada día a las 12,30 h. puntualmente, a decenas de turistas deseosos de ver el juego de figuras móviles que hacen su aparición al tocar los cuartos. En una representación alegórica los doce apóstoles desfilan frente a Jesucristo, mientras un gallo canta, y otra figura alegórica de la Dama de la guadaña, toca las campanas.

Catedral de Estrasburgo

Desde la Catedral hacia el norte de la ciudad, en dirección al «barrio europeo», la ciudad se transforma para adentrarse en los cánones alemanes, con plazas y jardines perfectamente alineados, como los de la Plaza de la República, o como avenidas como la de la Plaza Broglie, que desemboca en el edificio de la Ópera Nacional, frente a cuyo pórtico destaca la estatua levantada en honor del héroe nacional que los liberó de las tropas nazis, el General Lecrerc.

Desgraciadamente no tuve tiempo para llegar hasta la zona de los edificios comunitarios, cuestión que dejaré para el próximo martes. Ese día me daré un paseo desde el hotel (calculo que serán unos 40 minutos desde la Plaza de la Gare (estación de trenes) para así ver los edificios del Parlamento Europeo y el Palacio de los Derechos del Hombre. Aprovecharé también para darme un relajante paseo por los jardines más amplios de Estrasburgo, los de la Orangerie, y, por último, subir hasta la plataforma que hasta los 66 metros se alza en la catedral y desde la que dicen se puede ver casi toda la ciudad.

Pero eso será el martes, porque mañana lunes, mi intención es volver a tomar el tren, para marchar primero hacia Mulhouse (he descubierto que a una hora de Estrasburgo está la «Ciudad del Tren» -dicen que es el mayor museo ferroviario de Europa-) para desde allí ir a Colmar y por la tarde regresar a la ciudad.

En la web de TGV-Europe.com he hecho la consulta rápida (me pilló desprevenido este «descubrimiento»), y me ofrece dos posibilidades: de nuevo el tren de alta velocidad o el Ter, un tren regional. Las ventajas del on-line, que me permite verlo desde cualquier lugar del mundo. El precio: 15 euros, curiosamente más barato que comprado en la misma estación donde sale por 20.

Mañana os contaré, a mi vuelta, esta nueva experiencia que me espera. Por lo pronto, de momento, rezo para que el día no sea tan gris como hoy. Más que nada por evitar un poco el intenso frío, y por tener algunas fotos que al menos tengan un poco de Sol.

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Categorias: Viajes en tren



Comentarios (2)

  1. María Ascensión Rojas dice:

    Estupendo. Te espero. Me encantan estos cuadernos tuyos de viaje; así yo puedo viajar contigo virtualmente ya que personalmente es un poco difícil. Si me gustaría viajar a los paises nórdicos, sobre todo Noruega y Suecia, pero en tren, claro. No me gusta el avión, me resulta engarrioso y eso de que no puedas llevar tus cosas contigo, menos. Un abrazo.

  2. Javier Gómez dice:

    Gracias Ascensión. Me pasa como a tí. Me encanta el tren y siempre que pueda viajo en él en lugar del avión. Noruega y Suecia sí son dos viajes que tengo pendientes, aunque esos me gustaría combinarlos con algún barco que me lleve lo más al norte posible, a ver si es posible ver el Sol de Medianoche…

    Un saludo.