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Última etapa en tren: Mont Saint Michel – París

Llegamos al final de nuestro viaje. Con toda la pena del mundo hemos de dejar atrás Mont Saint Michel, uno de los sitios más cautivadores que he tenido la ocasión de visitar, para marchar hasta la gran ciudad, la capital francesa, París, desde donde en dos días tomaros ya el vuelo a Málaga. Es, por tanto, nuestra última etapa en tren de este viaje.

Una vez más, hemos de marchar hacia Pontorson donde tomaremos el el regional que nos lleve a Granville, un poco más al norte, para desde allí ir en dirección este hasta París.

Esta primera etapa la hacemos en segunda clase (no hay más categorías en este tren), pero el viaje se hace igualmente cómodo. Realmente son solo 47 minutos el ir de una ciudad a otra. Para salir de Mont Saint Michel y conectar con la estación de Pontorson, al igual que hicimos hace dos días al venir para acá, hacemos el trayecto en un bus local cuya frecuencia es de cada media hora y se toma en la única carretera que conecta el islote con tierra firme.

Granville es una pequeña localidad situada por encima de Pontorson. Cuenta con una pequeña estación, muy floreada, eso sí, y sin apenas un sitio donde comer en las cercanías. Curiosamente la estación solo tiene una sala de espera pero ninguna cafetería donde tomar algo. Eso sí, cuenta con una máquina fotocopiadora en medio del hall para uso público que aún me pregunto el por qué…

Finalmente, saliendo de la estación pudimos ver a lo lejos un pequeño restaurante donde comer algo mientras esperábamos el tren que salía para París y donde, como en buena parte de las ciudades francesas que hemos ido pasando, la especialidad son los mejillones con patatas fritas.

La salida de Granville es a las 13,59 h. en un intercity que francamente me ha sorprendido desagradablemente. Dado que este tramo son casi tres horas de viaje, y por la poca diferencia en precio, decidimos escoger la primera clase. El vagón de primera clase fue realmente una vergüenza, pues la mesa central que iba entre nuestros cuatro asientos estaba arrancada, la moqueta quemada, y el material de los sillones donde íbamos sentados poco menos que apurgarado. Por otro lado, aún más sorpresa para mí fue ver que había gente que aún con billete viajaba de pie en el centro del pasillo de un vagón literalmente atestado.

Una pena haber acabado así este viaje en tren, pero la situación, sinceramente, hubiera sido denunciable a la SCNF, la compañía ferroviaria que lo gestiona.

Olvidado del mal rato de estas tres horas de viaje, la llegada a París fue a las 17,05 h. a la estación de París Montparnasse, una magnífica estación situada en un barrio históricamente culto de París. Localizado en las cercanías de la zona universitaria, en una confluencia de cafés literarios y de gentes de las letras y las artes que, muchos años atrás, se reunían aquí para charlar y compartir un buen rato.

Nuestro hotel está situado a unos 300 metros de la estación, el Pullman Montparnasse, entre grandes torres que dan la impresión de situarnos en la zona financiera de París, donde los rascacielos se apropian del cielo parisino. A unos escasos metros, por un lado, la conocida Torre Montparnasse, la más alta de la capital francesa, y al otro, el cementerio de Montparnasse, donde tantos famosos tienen su última morada.

Nos espera París, su torre Eiffel, Notre Dame, la Sacre Coeur y cómo no, Montmartre, el único barrio que hasta ahroa no conozco de París de mis viajes anteriores.