Trenes abandonados: fin de ciclo.
El tiempo pasa inexorablemente. La vida pierde sus colores radiantes para disfrazarse de grises y marrones, de tonos opacos. Abandono, soledad. Es el destino, el fin de un ciclo, el ocaso de una historia. Devastado por sus recuerdos yace inmóvil, deseando ver pasar un último tren, algún aliento de vida más allá de la desolación y los paisajes inertes.
Lágrimas oxidadas. Cansado, agotado, exhausto, derrotado, destrozado, extenuado. Con el alma rota por un pasado que ya no volverá. En su memoria, cientos de historias: periodistas, abogados, médicos, albañiles, obreros, adultos y niños que un día fueron amigos y hoy lo han olvidado.
Cristales rotos, puertas oxidadas, herrumbre. Sí, el ciclo de la vida. Morir y dejar sólo recuerdos. Dejar el paso a los más jóvenes, a los más rápidos, a los más nuevos, a la nueva savia, a quienes esclavos de la ambición necesitan su propio espacio vital aún a costa de los que poco a poco desaparecen…
«¿Recuerdas, papá? en aquellos asientos compartimos bromas y secretos. En el tren te conté de aquella primera chica que me gustaba, y de aquel sueño que me hubiera gustado cumplir… » Ahora tú ya no estás. Y todo aquello de mi infancia queda lejos…
Los caminos se deshacen. Las traviesas se rompen. Escogí nuevas vías, y aquéllas, las que me guiaron hasta mi adolescencia, quedaron para siempre en el albor de los tiempos. Muertas y olvidadas. Para casi todos…

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maravilloso recorrido por por nuestra vida