Camino a China desde Moscú en el Transiberiano

Transiberiano

¿Es un sueño? No, era un sueño. Ahora es realidad. Atrás quedó la ansiedad que te producía tu inquieta imaginación. Atrás los desvelos. Atrás las impotencias por no lograr lo que tanto deseabas. Sueños de viajeros cumpliéndose. Uno más que tachar de tu agenda. Uno más que guardar en el baúl de tu memoria.

Te frotas los ojos y allí estás, en la imponente plaza con la que tanto soñaste. En el centro, ondeando, las franjas horizontales blancas, azules y rojas de la Federación Rusa que sustituyen a la antigua bandera roja con la hoz y el martillo amarillos en su esquina de la extinta URSS. Tras ella, emergiendo de entra la bruma mañanera la característica silueta de la iglesia de San Basilio con sus cúpulas bulbosas de colores. A un lado el sobrio e intrigante Kremlin, la Armería y la fachada rojiza del Museo Estatal de Historia…

La Plaza Roja de Moscú, donde cierras los ojos para aspirar su gélido aire. Para respirar tu sueño cumplido y trasladarte a la estación Yaroslavsky. Piensas y sientes. Viajeros desconocidos, historias personales que se entrecruzan, ocultas entre las luces apagadas de la estación, calladas bajo el sonido de los altavoces modernos o del silbato de un antiguo revisor, oyendo el rítmico paso de las manecillas del viejo reloj. Sientes en tu cuerpo la inercia del tren arrancando y empujándote contra el asiento; ves por la ventanilla a una familia despidiéndose; a una chica llorando y viendo alejarse al novio embarcado en el tren…

Catedral de la Madre de Dios en Kazan

Primera parada, Kazán, patrimonio de la Humanidad, historia tártara. Luego la imperial y zarista Ekaterimburgo. Y por las estepas te adentras en la vieja Rusia, hasta Novosibirsk y Krasnoyarsk, en el corazón de la fría Siberia. Recuerdas las historias de Miguel Strogoff en Irkutsk, donde paras, y ya comienzas a imaginarte las aguas del lago Baikal tras las ventanillas del tren y piensas que una vez, muchos siglos atrás, por allí, por aquellas llanuras, cabalgó el gran Gengis Khan, rey de los mongoles.

Mongolia, el paso hacia el anciano imperio chino, hacia Erlian, para dejar atrás el frío siberiano y adentrarnos en el sofocante calor del mayor desierto terrestre, el de Gobi. Y como Marco Polo cruzando Oriente, al fin Beijing, y la Gran Muralla china, la Ciudad Prohibida y las Tumbas Ming.

Gran Muralla China

Abres los ojos, cubierto de sensaciones, de nuevo en la estación Yaroslavsky de Moscú, pero empapado en Historia. Frente a tí, el mítico, el más grande e histórico tren que nos han podido brindar las semillas de la Revolución Industrial: el Transiberiano. Dispuesto a partir. Dispuesto a ofrecerte ese viaje que acabas de soñar.

¿Es un sueño? No. Ahora puede ser una realidad…

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